miércoles, 27 de marzo de 2013

Todo es aguacero


Aunque no todo ha de ser derrota,
el fracaso es una escuela, me digo.
Quien siempre gana nada sabe de la vida.

Es martes y echaba de menos los versos
que alimentaban al joven cormorán
que cada miércoles, sin ceniza ni oraciones,
se deshacía de la brea pegada a sus alas.

No ha habido invierno más frío
ni luna de febrero más afilada,
guadaña para una parca amable
que toma café de las máquinas
que ronronean en las salas de espera
de los hospitales.

Recojo las acederas que encuentro en los berrocales
y recuerdo las manos de mi abuela,
como ramas de olivo, su canto de plata,
y la imagino, pequeña, extendiendo las sábanas
sobre la hierba fresca de una primavera
llena de estrellas. En el coche de línea
vuelve el abuelo. Madrid aún espera.

Este invierno clava en nuestro pies descalzos
las copas rotas y el vino vertido
deja manchas perennes en los manteles,
como en mi pecho esta despedida
llena de aguaceros. Dejo que la lluvia
me robe la voz camino del cementerio.

Busco la cueva que todo lo atraviesa,
allá donde se escondían los maquis,
los amantes y los animales perdidos
para llorar sin calma esta ausencia.
Allí, a solas, recuerdo los nombres.
El día que nació mi madre
recogías bellotas y diluvió como hoy.
Todo es aguacero. Todo riada.

Crispados, ya tarde, leemos los titulares
y hartos estamos de beber hiel
como agua del tiempo y clorada.
Basta ya, dicen algunos. Nubes de algodón
se posan en los cerros y como la lana
que las ovejas se dejan
en los espinos de la alambrada
encuentro recuerdos de mi infancia
en todos los paisajes 
que abrazan tu retrato.

Llueve como nunca.
Pero saldrá el sol y escucharé de nuevo
tu canto de plata en mi voz renacida.